El síndrome de inmunodeficiencia adquirida, conocido por su acrónimo sida, es el conjunto de enfermedades de muy diverso tipo (generalmente,
procesos infecciosos o tumorales) que resultan de la infección por el
virus de la inmunodeficiencia humana (VIH).
El uso de medicamentos combinados puede controlar la replicación del
virus y fortalecer el sistema inmunitario; la consecuencia es que la
infección se convierte en crónica y no deriva en sida, algo que, en su
evolución natural y en la mayoría de los pacientes, ocurriría, como
media, a los diez años del contagio, produciéndose la muerte en un
periodo de tres a cinco años.
Clínicamente, el sida es declarado cuando un paciente seropositivo presenta un conteo de linfocitos T CD4 inferior a 200 células por mililitro cúbico de sangre. En esta condición, el sistema inmune
se halla gravemente deteriorado, de modo que el paciente queda expuesto
a diversos procesos patológicos generados por un conjunto de infecciones oportunistas.
Cuando las condiciones de los servicios médicos no permiten la
realización de pruebas de laboratorio, se declara que un paciente ha
desarrollado sida cuando presenta enfermedades que se consideran
definitorias del síndrome.
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